Piratas transnacionales en busca del tesoro venezolano
Rebeca M. Westphal
A pesar del minucioso trabajo que ha hecho el brazo cultural de capitalismo para maquillar la historia, negando el carácter criminal que cimentó las bases de ese sistema hegemónico, hoy se derrumban los mitos por su propio peso, cuando el mundo entero presencia una nueva versión del robo descarado que cuida muy poco las formas de la puesta en escena.
Eso lo hemos aprendido muy bien los venezolanos. Haciendo un doble esfuerzo en nuestra condición de asalariados, pues el carácter mismo del sistema nos obliga a invertir energía para tributarle al capital mientras que la condición de dignidad, forjada a fuerza de uña y mugre en tiempos chavistas, nos invita a dedicar pensamiento para estudiar los fundamentos que sostienen esa relación saqueadora y esclavizante de acumulación de riquezas.
La conducta del Imperio corporativo en este último periodo de tiempo ha devorado cualquier duda que podía habitar en la gente que no compró el principio chantajista del consumismo sin límites. Exentos quedan los que se toman la ruta de evacuación guiada por el márketing empresarial, y que desde hace décadas tenían virtualmente la mente fuera de este territorio. El resto nos hemos dado a la tarea de descifrar el lenguaje financiero utilizado por el complejo ecosistema mediático privado que selecciona, filtra y propagandiza los ataques de las entidades financieras, modificando, por ejemplo, frases como "saqueo de riquezas" por "retención de activos", en un intento de disimular sus verdaderas motivaciones.
Así se nos presenta la noticia de que ConocoPhillips, transnacional petrolera, decidió tomar instalaciones en el extranjero de la principal estatal venezolana PDVSA, por parecerle insuficiente la compensación de pago al flujo ininterrumpido de dólares en tiempos cuartorrepublicanos que fue cortado durante el gobierno de Hugo Chávez. Tomar arbitrariamente las plantas de refinación petrolera en islas caribeñas es dibujar la senda que otras firmas seguirán, agravando las lesiones a la economía venezolana, propósito real detrás de toda la manipulación legal.
El Estado norteamericano, fachada institucional que representa a la oligarquía financiera, no actúa de forma unidireccional. Utiliza todos los instrumentos y delegados a su alcance para proteger los bienes que conforman su botín de guerra.
Cada Estado manejado por operadores locales que se doblega a los fines extranjeros, sirve de sucursal para defender a las multinacionales. Por ello, el presidente Juan Manuel Santos asume con responsabilidad el papel de conserje de intereses corporativos y le niega la entrada de 400 toneladas de alimentos a Venezuela, utilizando la coartada de la lucha contra la corrupción. Ovación de pie a la habilidad que tiene este gestor para hacer que sus 40 músculos faciales permanezcan inmutables ante el cinismo de acusar al país mientras el Estado que dirige se sustenta en el negocio del narcotráfico y el paramilitarismo.
La política desarrollada contra Venezuela es la de la guerra y el contrabando
Desafiar al control corporativo transnacional en un momento en el que la frágil estabilidad del sistema se ve amenazada por el desplazamiento de los centros de poder, es, por lo menos, esperar movimientos desesperados que eviten esa realidad. Lo sabíamos al reelegir la dirección chavista del país, en manos de Nicolás Maduro, y lo confirmamos a pocas horas de difundirse el resultado electoral cuando Estados Unidos prohibió a sus instituciones financieras comprar activos venezolanos que le permitirían a Venezuela tener liquidez monetaria, afectando directamente a la industria petrolera y siguiendo el paquete de sanciones firmado en agosto de 2017.
La política internacional que manejan potencias occidentales actualmente difiere poco de la empleada por sus referentes históricos coloniales para saquear territorios, recursos y energía. Los europeos a quienes forjan museos y plazas y homenajean en efemérides, que acumularon capitales, expandieron y desarrollaron el modelo económico mercantilista, a costa del robo masivo de capitales y conocimiento en regiones africanas, asiáticas y coronadas con el "descubrimiento" de un territorio virgen para construir el esqueleto legal que refinara estas prácticas, se ruborizarían al presenciar la experiencia que han adquirido sus seguidores en materia de explotación rapaz.
Para dolor de los que ponemos el cuero en esta guerra: el caso de Libia. La nación liderada por Gadafi tenía un tejido social fuerte, apoyado en políticas públicas que financiadas con los recursos petroleros del país.
Luego de su asesinato y el posterior bombardeo "democratizador" de la OTAN, los grupos terroristas que quedaron para sustituir al "régimen autoritario" no discuten ahora la construcción de un modelo distinto de Estado, sino que compiten por desmantelar toda esa estructura para controlar y saquear los recursos energéticos del país y entregarlos a los patrocinantes occidentales de este robo.
La política desarrollada es la de la guerra y el contrabando. Todo lo que contribuya a la acumulación de bienes para las transnacionales está permitido. Entonces, vemos cifras aturdidoras como la de 1 mil 500 millones de dólares que genera el comercio ilícito de inmigrantes provenientes del Cuerno de África. La vuelta a la esclavitud original abulta las cuentas de las corporaciones financieras.
Las decisiones de este sistema decadente representado por la figura de Estados Unidos, protegiendo intereses económicos ante el avance del multilateralismo global, protagonizado por Rusia y China, hace esta ofensiva en regiones donde la influencia del bloque euroasiático está afincada: Latinoamérica y África. En la premura, violentan los estamentos y pactos suscritos para resguardar lo acumulado en siglos de usurpación.
La piratería fue una palanca fundamental para dotar de este poder al capitalismo, hace 500 años. Retomar estas prácticas económicas depredadoras y adaptarlas al presente, con el objetivo de atacar a Venezuela y humillar a la gente que tuvo el atrevimiento de decirles ladrones en su cara, se les revierte en mayor impopularidad y pérdida de influencia mundial, al no saber interpretar las claves que constituyen la identidad chavista.
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