Mosquitas
Le dije a Dios: “Líbrame de estas moscas en la cara; son tan pequeñas y, aun así, ya no las soporto. Se meten en mi pelo, en mis ojos, y en mis orejas.”
Así le pedía una y otra vez, porque cada noche oraba a Ti, y ellas me interrumpían. No me dejaban pensar, y eran tan diminutas que no podía detenerlas.
Dios no me escuchaba. “¿Tantos milagros y no puedes con estas mosquitas, que ni siquiera son de esta zona?” le decía. “Por favor, retíralas de mi vida. Ya van meses en los que no puedo concentrarme; las detesto. Moscas malditas, ya basta. Me hacen perder mi gloriosa paz. Nunca había visto algo así; parecen una especie de maldición.”
Al final, pensé: “¿Será una prueba? ¿Qué tipo de prueba podría ser?” No podía ni concentrarme en eso. Había superado todos los ruidos, podía dormir con la luz prendida, pero las patitas de estas mosquitas… no las soportaba. Estaban fuera de mi alcance, y no había trance en el que pudiera entrar sin que ellas me trajeran de vuelta.
Recuerdo que te pedí ayuda para olvidarla, para dejar de recordarla. Y me di cuenta de que, en medio de este caos de mosquitas, dejé de pensar en ella. Con el tiempo, mi oración fue escuchada, y ya no la recuerdo como al principio. Ahora ya no está todo el día en mi mente.
Por eso, gracias por las mosquitas, aunque al principio no comprendí el bien que me hacían al distraerme por completo, dedicando días enteros a intentar alejarlas. Tus caminos son increíbles, tu voz inigualable, tu grandeza inmensa.
Que pronto llegue tu reino y, por fin, se santifique tu nombre, gran Jehová.