Libertá
LIBERTÁ
La teta derecha de María salió a pasear por la oficina. No soportaba, de súbito, los enrevesados parapetos del buró de planillas y líneas infranqueables, el café derramado, frío café, el chirrín de la fotocopiadora, el calor del sostén, la prisión. Se liberó sin pedir permiso (vaya, que liberarse no es precisamente una acción que amerite la autorización de un tercero), harta ya de tanta habladera de paja, de ojos viscos tratando de buscar el acomodo baboso de observar a su huésped (la bella María) sin que esta se diera cuenta. Pero ella (la teta) sí. Con el rabillo del pezón, entre los hilos de la jaula, encontraba el ángulo para memorizar a detalle la cara de los abusadores, safios, sádicos, mirones libidinosos cobardes. Los más comunes eran los que se acercaban a María, la saludaban con pronta y normal cortesía, y en lo que apenas la muchacha volteaba a otro lado, la mirada de aquellos y aquellas, alumbrados por la curva poética, llamados a ruego por el botón de la chemise que se aferraba al ojal por su vida. Esos ojos bajaban y se relamían. Viajaban, tal vez, a recintos del alma embarrados de mujeres desnudas, y de ese sueño vil del harem, de vírgenes en vigilia a la espera del macho, hipnotizadas por la pelambre del escroto, el sudor espeso del cuerpo acervezado. Pero era incómodo para María cargar la teta afuera de la chemise azul oscuro. ¿Qué clase de acrobacia puedes hacer para que semejante protuberancia, copa C natural, saliera por la rendija del cuello? Se le dormía el hombro, se le acalambraba la nuca, y a media mañana, después de los escándalos, de las pruebas fehacientes de intentar, una y otra vez meter la teta en su puesto, y ante testigos asombrados, ver como aquella teta rebelde forzaba desde el pezón hecho punzón libertario, su salida. Pero marisca, has algo, que si te ve el jefe te meten otra amonestación. Y cómo coño hago ¡no ves que la vaina esta no se queda quieta! Y la teta ofendida se desinflaba. El grupo curioso (ya a estas alturas en plan solidario y desprendido) la cercaba para que nadie más la viera, y la teta, chorreada en acto deprimido por el desplante de la muchacha, dejaba ver arrugas profundas, venas azules latentes, y el pezón café en sollozo, hasta que pasaba a su lado Víctor (el que le gusta a María), preguntando qué coño pasaba allí, abriendo los ojos hasta llegar al llegadero, agachando el rostro por pudor renacentista, y averiguando con Solaine, compañera abyecta de todos y para nada, sobre lo que estaba aconteciendo. Ella, palabras más, palabras menos, explicaría en tono bajo que la putería de María había llegado ya a niveles de brujería. Que había visto con sus propios ojos (ajá) el acto deforme de la teta viva e independiente buscando aire y luz, pero que no se creía eso de la libre espontaneidad de ciertas partes del cuerpo que pretenden ser más que el dueño. Y se agarraba las tetas queriendo dejarle claro a Víctor que ella si mantenía las cosas en su lugar, como buena ama de casa. Total que María, al disculparse con la teta, esta infló el ánimo y volvió al contorno del erizado columpio, a la gordura tierna de sus formas, a la lozanía del agua en tornasol. Y daba como brinquitos la condenada ante el aplauso de los presentes. ¡Viva la teta de María! Y silbaba el pezón una canción de guarura, y los aplausos se hacían más escandalosos, hasta que inevitablemente, en el ardor del espectáculo, llegó el jefe, canoso, de lentes gruesos y nariz aplomada, con un traje balurdo de cuatro lochas, marrón charco, con historia de caña y polillas, que sin levantar el rostro mandó a todo el mundo a dejar el bochinche y a ponerse a trabajar. En el camino a su oficina de claustro, Solaine lo atajó para echarle el cuento que no había visto (por absorto, por malaleche, por qué importa ya un coñoemadre nada), atareado como estaba con la campaña electoral, debatiendo su vida entre cinco teléfonos corporativos y la fecha en vilo del fin de su matrimonio y el resto de sus sueños. Parado frente a la puerta, aún cerrada, alzó la cara sonando las vértebras del cuello, encandilándose por el reflejo de un bombillo fluorescente, y de una bocanada de aire ruidoso, dijo que si la señorita María tenía algún problema con su teta, pues, sabiendo cómo estaba la cosa con el seguro médico, en solidaridad sus compañeros deberían dejar algo al aire, pero que buscaran la forma de cumplir con su labor. Resuelvan, recalcó el eco. Acallados todos, regresaron a sus cubículos. Los más pacatos si acaso dejarían libre un pie. Otros, en joda, sin camisa, pantalón o falda, algunos colocándose los interiores o pantaletas en la cabeza, muertos de la risa, mirándose en sorna, y como nunca, sin un gramo de estrés en la oficina. María tuvo que quitarse la chemise y quedarse en sostén mientras tecleaba como si nada con su teta descubierta. De vez en cuando la teta liberada brincaba al sentir que Víctor andaba por allí, aunque de lejito siempre, para no generar habladurías con un hombre casado.
El pipe (guebo, machete, verga, polla, riata) de Carlos logró, después de tanto esfuerzo, salir del bluejean. Carlos, ante su imposibilidad de mantenerlo a raya, a cuatro cuadras de la universidad, decidió mejor lanzarse a las vías del Metro. Él si es verdad que no se iba a aguantar el chalequeo.