Las voces | Relato
La cabeza de Oscar se volvió un atormentador torbellino de conjugaciones incoherentes. Primero pensó que eran secuelas del cansancio diario que atravesaba entre la secundaria, los deberes de la casa y las peleas de sus padres. Esta última se había convertido en un cotidiano hecho que lo repugnaba y lo malogra a un punto de no poder dormir ante las lágrimas que desbordaban sus ojos. ¿Cómo podían discutir de una manera tan “tranquila y despreocupada” sabiendo que él se encontraba presente? No tenía ningún sentido. En la secundaria todos los padres eran amorosos con sus hijos, los apoyaban y les brindaban el cariño que tanto necesitaban para que su vida fuese la mejor posible. Pero ellos no eran así. En privado ejercían presión, y en público no les importaba discutir en voz alta. Él ya estaba alto.
Para el momento en que las voces de su cabeza se hicieron presente, ya mantenía una carga mental demasiado pesada. Las voces lo atormentaban día y noche con insinuaciones malintencionadas. Primero le indicaron que rompiera un plato en la hora de la cena. Sus padres ni se inmutaron, seguían enfrascado en su oscura vida de lucha intensa. Un baile infernal que terminaba en golpes y escándalos. Luego, le indicaron que se peleara en la secundaria. No tenía motivos para hacerlo, pero igual lo hizo, golpeó y golpeó y golpeó al joven que no tenía nada que ver con su situación porque las voces se lo indicaron. Sin embargo pasó totalmente lo contrario. Sus padres nunca asistieron a la citación, no se molestaron en hacer algo por él. No les importaba. Solo eran una carga más para ellos. En ocasiones, las voces le decían que si fuese por ellos lo botarían como una bolsa de basura más. Eso es lo que él era.
Las voces aullaron, cantaron, atormentaron. No lo dejaban en paz, utilizaban una manera peculiar de indicar las cosas, siempre con la intención de hacer daño a los demás. Nunca era para el bien. Sabía que no buscaban lo mejor para él, al contrario, lo manipulaban para que la situación empeorara y su vida fuese más miserable. Pero él ya no le prestaba atención. Se encontraba en un estado de salud deplorable, con ganas de hacer notar su presencia, flaco, debilucho, con ojeras bajo los ojos y la garganta seca. Ya era un puñado más entre la sociedad que no podía hacerse oír.
Y si no podía hacerse oír, haría lo que fuese para hacerse notar. Las voces fueron más allá una noche. “Agarra gasolina” y agarró gasolina. “Riégala por la casa” y la regó por toda la sala. “Toma un fosforo e inicia la fiesta” y tal como le dijeron, él lo hizo. Tomó los fósforos, y los lanzó, con todo el mundo en la casa y “Boooom”. La fiesta inició. Sus padres corrían de un lado al otro, hicieron un gran desastre y luego lo vieron. Al fin lo notaron. Había completado su cometido. Ya no era invisible para ellos.
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