Traición | Relato
Daniel se resistió hasta donde pudo. La primera vez que la vio sintió que todo lo que sus ojos habían captado hasta el momento era una pequeñez delante semejante obra de arte. Sí, obra de arte, de esa manera es como Daniel describía a la perfección la mujer que había revolcado su interior como un vendaval que no conoce de límites y destruye a su paso. Aquella sonrisa le quemó cada nervio activo, electrificó su espina dorsal y asesinó las únicas neuronas que le quedaban en funcionamiento. No era algo que no había probado antes, pero definitivamente era algo que tenía que saborear con sus propias papilas gustativas. Sin embargo, cada paso que daba, cada gesto que realizaba gritaba la palabra “peligro” en mayúsculas con la letra más grande posible.
Pudo aguantar las ganas por lo menos unas cuantas semanas. Él era un hombre sensato, inteligente y con una capacidad de analizar las situaciones como nadie más lo hacía. De hecho, se regocijaba de su mente como una de las más asertivas en todo el mundo, y a su corazón como alguien tan sabio como el cerebro. Nunca se involucraba de más, sabía los límites que podía superar y se retiraba cuando las cosas se complicaban. Todo un calculador. Pero, aun cuando la palabra “prohibido” se le tatuaba en cada rincón de su cuerpo, él siguió dando un paso al frente, incluso si eso significara que caería al vacío. Quizá él quería caer a ese vacío de una vez por toda si eso significaba que obtendría lo que quería.
Por parte de ella no parecía que las cosas fuesen diferente. Lo veía de una manera que solo los lobos más hambrientos en temporadas de invierno cuando veían la única presa en semanas se asomaba cerca del refugio. Tenía esa perspicaz capacidad de envolver a las personas con el mínimo uso de palabras posibles. Como un insecto que cae a la telaraña y no puede salir más. Nunca había existido un alma que se le resistiera cada vez que ella quería algo, ni los muros más fuertes la detendrían, después de todo, ni el muro de Berlín aguantó tanto apabullamiento.
Daniel cayó en la tentación más temprano que tarde. Supo desde el momento en que su piel se enredó con la de ella que las teorías sobre el infierno eran correctas. El lugar más caliente del mundo. Pero nadie hubiese imaginado que también sería el lugar más fascinante de todo el universo. Labios que se comían, roces que dejaban cicatrices, caricias que rompían almas. Era una tormenta de pasiones que no parecía tener un punto de quiebre.
Excepto que sí lo tenía y Daniel lo supo en el momento que su padre entró por ese pasillo, tocó la puerta y entró al cuarto sin previo aviso. Su rostro era de terror, como si estuviera en una pesadilla. Bueno, cualquiera tendría la misma reacción si encontrase a su hijo con su prometida envueltos en una sábana.
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