Cayo Muerto
De memoria conté, mientras bajaba a la panadería quince, entre psiquiatras y psicoanalistas (o psiquiatras-psicoanalistas) contando una que según supe después no era ni una ni otra sino coach. Y otra que, después de ver el lugar donde atendía (un lugar con una alfombra que ocupaba todo el espacio de unos diez o más metros cuadrados, unas campanitas y unas esencias aromáticas) inventé una excusa y me fui sin la primera sesión.
Algunos han sido de una sesión, otros de meses, y un par han pasado el año.
No sé si con alguno o alguna de ellas* hablé antes de la plegaria: una relación con las fuerzas sobrenaturales (Dios en parte, algunas entidades no tan mayores en el grado íntimo, y el trauma utópico seguramente por encima de todo lo demás, como con todo.) Decía: una relación con las fuerzas sobrenaturales establecida a partir de la certeza de que algo terrible, insoportable, abismal, horroso, está a punto de pasar siempre. Cuando digo siempre es todos los días del año, con intervalos variables según el grado de ocio o ansiedad; cada minuto, cada segundo, cada hora. O cada cuatro días. O no me doy mucho cuenta. Variables, pues.
En todo caso, Blanca es la primera que me dice con todas sus letras: “nunca había visto tantos síntomas de una neurosis obsesiva en una misma persona”.
Tengo pocas líneas así que lo voy a decir breve: me alegró. Es decir, me causó un entusiasmo cercano a la alegría. (Y ahora el juicio público:) no sé si como condecoración -orgullo- o como seguridad pseudocientífica de la dificultad de vivir con mi mente –autoindulgencia-.
Pasada la reacción, me ha servido para reírme de mí mismo, y mirarme desde afuera, como el cliché (antes conocido como lugar común, pero hoy ocupado) que también soy. Y particularmente hoy, que salgo a las diez y media de la noche desde ZR (sería un pague decirlo, aunque la agencia que hace el viaje tiene Instagram) hasta el cayo en Morrocoy, agarrar esa distancia para fijarme en todas las veces que pensé en la posibilidad de morir en ese viaje.
O más precisamente en ese viaje: un viaje de bodas, que era entre varios, pero después alguien se salió de la cooperativa y hoy finalmente. Pero precisamente un viaje de bodas con la mujer que me permite abrir las presentes rajaduras del narcisismo para verme sin quebrarme como una galleta. (Es decir, morir en el mejor momento, en el peor, en fin, abordaje histérico del trauma romántico, amante, hijo y hermano gemelo del trauma utópico).
No voy a enumerar esas posibilidades de muerte o catástrofe (Venezuela, 2018, piénsalo), solo comentar que cuando caí en cuenta del nombre del cayo, no pude evitar imaginarme la inevitabilidad del chiste en los universos paralelos donde ocurre la desgracia y alguien se da cuenta de que puede decir Cayó Muerto.
*¿Y si una de las taras estructurales del deseo colonial tiene que ver con que en español, el género gramatical es particularmente excluyente?, es una pregunta que uno se hace. Pero en este caso solo me interesaba recalcar que algunas han sido mujeres, de hecho, la mayoría.
*El video fue el primero que encontré pero me encantó la música. Se llaman Vector Dragonfly.