A casa
Mi nido. Lo dejé hace más de un mes cuando decidí desplegar mis alas y zurcar el cielo más allá de lo que habían visto mis ojos. Entendí que aunque los mejores amaneceres y los más bellos ocasos nacen en mi tierra, el cielo es muy inmenso como para verlo desde un solo punto cardinal. Además, tenía la imperiosa necesidad de mejorar mi calidad de vida y la de mi familia porque en mi nido las cosas se pusieron muy difíciles.
Salir de mi hogar no fue fácil, y menos cuando la tristeza me tenía el corazón a media marcha. A veces el viento iba en contra y me costaba aletear muy fuerte. Tenía poca comida y agua, mi ímpetu fue el mayor impulso para mis alas y la esperanza de un pronto reencuentro con los seres que amo llenó de fuerza mi corazón.
Me uní a una bandada de aves migratorias, unas volarían más lejos que yo. En el camino encontramos varias aves de carroña que quisieron que los líderes de mi grupo les dieran algo a cambio para dejarnos seguir nuestro rumbo sin retrasos. No nos quedó otra que acceder al trueque, no teníamos intenciones de luchar.
Al llegar al límite de mi nido, 4 grupos de aves carroñeras nos esperaban. El primero, conformado por zamuros, fue el más difícil porque todos en la bandada tuvimos que dejar una porción de nuestras pertenencias para que nos dieran permiso de cruzar el límite aéreo del nido.
En los siguientes “puestos de control” había una especie de buitres con plumaje verdoso e ínfulas de aves todopoderosas. En uno de ellos fui escogida al azar por un buitre que tenía la intención de revisar mis pertenencias. Así lo hizo. Revolvió mis cosas y entre ellas encontró una que, según él, yo no podía llevar sin un certificado de que me pertenecía por lo que me amenazó con quedársela. Luego de unos minutos decidió que no se quedaría con ella, tal vez porque notó que en el mercado no tendría tanto valor como otros objetos parecidos. Los dos grupos de buitres siguientes los pasamos airosos.
Al cruzar la frontera nos recibió otra especie de aves parecidas a las de los grupos anteriores pero aparentemente más amigables. Ésas solo revisaron el permiso de salida que nos habían dado los zamuros. Finalmente nos dieron permiso de volar en cielo extranjero y así algunos llegamos a un nuevo nido, un nido temporal en el que los extranjeros ya éramos nosotros. El resto de la bandada siguió su rumbo y allí nos despedimos.
Sigo aleteando con fuerza y posándome en las ramas para admirar y aprovechar lo bueno de este nuevo nido en el que vivo. Las aves que me rodean tienen otras costumbres a las que apenas empiezo a adaptarme. No sé cuánto tiempo estaré aquí ni qué me depara el camino pero tengo la mejor actitud posible aunque no es fácil estar sin mi familia. El “todo es temporal” se ha convertido en mi mantra diario para no sentir que la ausencia de los seres que amo me duele en cada recuerdo.
Para mis padres siempre seré un polluelo, para mí ellos siempre serán el calor, entrega y amor que me conforta y me ha hecho llegar hasta donde estoy ahora. Quizás ellos no entiendan porqué lo hice, porqué dejé mi nido, pero hasta las mejores aves tuvieron que caer, luchar contra el viento y contra depredadores para entender que en la vida lo bueno y lo malo hace más fuerte tus alas.
Con mirada al frente y aleteo imparable persigo mis sueños sin desmayar. El mayor de todos: Regresar a casa, a mi nido llamado Venezuela, con una rama que re-construya junto a las de muchas aves que como yo estén de regreso y poder sentir en el aire la paz, libertad y alegría que algunos le han robado a nuestro hogar.
Hermoso relato que llega al alma. Uno de mis favoritos
¡Gracias, @josedavid07! Te quiero y extraño inmensamente.