La conocí un día brillante de verano. Yo iba a ser el encargado de enseñarle a tocar el piano, pero ella parecía ser un ave libre, totalmente encantadora, pero sin mucho gusto por la música. Lo que de verdad le gustaba era correr por los jardines, desbocada con un aire juvenil. En esa época me enamoré de ella, de su belleza y frescura. Sin embargo, mi amor estaba destinado a permanecer en secreto porque yo era un ser humano normal y ella una condesa.

Fue mi amor platónico y por esa misma razón, dejé que mi corazón la conociera totalmente y así se enamoró mucho más, pero sin miedo. Algo muy peligroso considerando las circunstancias.

Aunque en realidad yo sabía que en cualquier momento se casaría con alguien de su mismo nivel. Mi corazón sentía gran amargura con ese pensamiento, pero no evitaba sentirme feliz porque ya no estaría en su vida. Estaba seguro que su recuerdo se desvanecería al cabo de un tiempo. Incluso del recuerdo de yo mismo estando en su compañía.

Muchas veces se escapó de mis clases y yo tenía que salir a buscarla al jardín, en dónde se escondía, descubriéndose tiempo después trayéndome flores, como para que no la reprendiera. Algunas veces me hacía pertenecer a sus juegos, a los cuales cedía a regañadientes pero en mi interior, amaba su amor por la vida.

Poco a poco dejó de enojarse conmigo, empezó a escucharme y atender a mis clases, para las cuáles demostró una gran habilidad. Nuestra interacción se volvió mucho más madura pero seguía siendo feliz.

Pero un día terrible, mientras empezábamos las lecciones de una canción nueva, se le ocurrió decirme que me quería. Yo me hice el desentendido y le dije que también la quería pero que debía atender a clases. A lo cual me respondió con enojo, diciéndome que me quería como más que un profesor.

Tuve que sentarme para respirar profundamente y no colapsar allí mismo de la impresión. No estaba bien que dijera eso y así se lo hice saber.

-No sabe cuánto lo sé. Pero no puedo evitar sentirme así.

-Usted es una condesa y yo no soy nadie. Pero si decidieras amarme, también tú serás nadie.

Y después de una larga pausa tomó aire y me soltó algo que me rompió el corazón.

-Me voy a casar- me dijo sin poder evitar que se le quebrase la voz.

-Eso es...- no lograba articular palabras. - perfecto señorita. Así debe ser.

-Lo que no debe ser correcto es casarse con alguien que uno no ama. Yo sé lo que significa renunciar a mi título. Pero aceptar esa imposición sería renunciar a mí.

Y acto seguido comenzó a llorar...